domingo, 12 de septiembre de 2010

MY NAME IS BRUCE (2008)


A muchos se nos hizo la boca agua al oír hablar de este proyecto por primera vez. Una película donde el genial Bruce Campbell se dirigía y se interpretaba a sí mismo, en una delirante trama, donde un chaval cree que el actor es un auténtico cazamonstruos (se ha visto todas sus películas y es su fan número 1), y le acaba secuestrando para que acabe con un fantasma chino que ha resucitado en una mina cercana al pueblo. No obstante, se encontrará con un mediocre actor que vive a base de penosos papeles en filmes de serie Z, adicto al alcohol, con un representante que le toma por el pito del sereno y se acuesta con su exmujer, que vive en una cutre caravana y tiene poco de héroe. La película prometía grandes dosis de mala uva, mucho humor y algunas gotitas de terror, y algo de eso hay, pero bastante poco y deslucido, la verdad. Quizá sea por un guión que podía haber aportado mucho más, o por la dirección del tito Campbell, que es monótona y toma demasiado prestado de las primeras obras de su buen amigo Sam Raimi.

Por otro lado, apena un poco que Campbell se burle tanto de las cintas que le han hecho popular en todo el mundo, un icono de la serie B. A lo mejor las respeta más de lo que parece en esta película, pero algunos chistes sobre ello se hacen repetitivos y cansinos. Eso sí, algunas referencias al bueno de Sam Raimi o a anteriores obras protagonizadas por Ash, logran sacarte una carcajada, pero sólo si las conoces o simpatizas con el actor y director. La sensación final es que estás ante una película que podría haberse exprimido más, para sacarle todo el potencial cómico a las situaciones y a los propios personajes, que no dejan de ser una parodia de todo lo que imaginamos sobre el mundo de Hollywood o los pueblos perdidos de la América Profunda.

Como siempre, Bruce Campbell está genial haciendo de sí mismo, o más bien del personaje que ha creado a su alrededor, y sus frases son las mejores. Por ello, se acaban olvidando de la trama que hay alrededor. Y que nadie se engañe, sólo hay un monstruo y un enfrentamiento final con él. Posiblemente, un punto positivo es la conclusión, donde Campbell se atreve con el metacine y con la mofa de los típicos finales del séptimo arte. La historia de terror queda en un segundo plano, reservando todo el protagonismo para el actor fetiche de Raimi.

Cada parte de la película está presentada por una canción country que resume la situación, un recurso gracioso, pero mejor aprovechado en otros títulos como 2000 Maníacos (2000 Maniacs, Herschell Gordon Lewis, 1964).

Como he explicado antes, la realización es casi de telefilme barato. Normal que, debido a ello y al limitado número de espectadores al que va dirigida la película, venga a España directamente a las estanterías reservadas al DVD, donde le deseamos lo mejor, para una posible secuela de la que ya se habla, en la que el actor se enfrentaría en esta ocasión a otro mito: Frankenstein. Por cierto, que el título en nuestro país será Posesión Demencial, haciendo alusión al título que encumbró a actor y director. Lo de siempre, mera campaña para atraer a despistados.

Es un filme que merece la pena ser visto, pero que decepciona si esperas grandes momentos, risas sin parar o algún susto logrado. Por supuesto, esperamos que Bruce siga deleitándonos con esas obras chuscas que tanto nos agradan y que tanto nos gustan, quizá por su falta de pretensiones, algo que este título ha olvidado por completo. Y por favor, que Campbell nos deleite con ese proyecto que tiene entre manos, que sería un Los Mercenarios (The Expendables, Sylvester Stallone, 2010), pero con actores especializados en el terror ochentero. Menuda idea genial.

domingo, 5 de septiembre de 2010

PESADILLA FINAL: LA MUERTE DE FREDDY (1991)


Recuerdo que cuando estrenaron esta película en el cine de mi pueblo, viendo el póster, donde aparecía un Freddy que extendía su mano hasta parecer traspasar el papel con su garra de cuchillas, me acojonaba hasta límites insospechados. Mi corazón quería ver la película con todas sus consecuencias, pero mi cabeza me decía que huyera, pues sólo el póster me iba a producir más pesadillas que a los habitantes de Springwood.

Además, el visionado del largometraje iba acompañado de unas gafas 3-D, lo que convertiría el pase en una horrible experiencia que podría marcar mi carácter para siempre, pues el amigo del jersey de rayas no tendría límites y podría caminar entre las butacas, entre los espectadores de la sala.

Yo sólo contaba seis tiernos añitos, pero en esa época ya comenzaba a estar interesado por el cine de terror y sus personajes, gracias a programas como Alucine de La 2, justo después del partido de Liga de los sábados. No conocía ninguna de las películas anteriores de la saga, pero mi mente ya sabía quién era ese tipo de las cuchillas y cómo se las gastaba. De todas maneras, mi madre me acabó llevando a ver la peli junto a unos amigos, a pesar de que intentó disuadirme (no penséis que mi madre es tan cruel y macabra), y yo no paraba de temblar e imaginarme cómo sería la película, minutos antes de su inicio. Pero me llené de valentía y me coloqué las gafas tridimensionales.

La pantalla se llenó de luz y Kruegger empezó a hacer de las suyas. Y toda la sala estalló en mil carcajadas y en murmullos de ¿pero esto qué es? Recuerdo que, pese a mi juventud y a la impresión que me provocaba cada aparición del monstruo, pronto dejé de tener miedo y me comencé a aburrir bastante.

El filme cuenta la historia de un chaval amnésico, que cree ser el hijo de Freddy, pues no le asesina nunca en sus sueños (realmente idiota una de las primeras escenas, en la que el chico cae rodando por una ladera durante un minuto, sin parar), pero que en realidad está siendo manipulado por Fred para llevarle hasta su verdadera hija, que ayuda a un grupo de jóvenes con problemas.

Tras la penosa muerte del que parecía el protagonista, tras caer desde el cielo hasta una cama de pinchos, los chicos problemáticos viajan hasta Springwood, de donde no pueden escapar. Allí ya no quedan niños, pues todos fueron asesinados por Kruegger, y sus padres se han vuelto locos, pensando que siguen ahí. Uno de esos padres es Tom Arnold, que nadie sabe muy bien qué pintaba por allí.

Cuando los chicos deciden pasar la noche en la vieja casa de Kruegger, es cuando empieza lo interesante: un cúmulo de despropósitos y muertes que parecen sketches de Cruz y Raya. Por ejemplo, un adolescente que es introducido por Freddy en un videojuego, otro que fallece tras la explosión de su audífono, Johnny Depp en la tele en un anuncio contra la droga, la aparición de una mujer que introduce un bastoncillo para los oídos en la oreja de uno de ellos y lo saca por la otra…

Aquí Freddy se ha convertido en una parodia de sí mismo, algo que se percibía en anteriores entregas de Pesadilla en Elm Street, pero que aquí llega a resultar penoso y doloroso para las retinas del espectador. Nada provoca miedo y las secuencias que pretenden ser más surrealistas y oníricas, como al llegar al pueblo de Springwood, son aburridas y faltas de calidad. Parecen dirigidas por un David Lynch borracho y puesto de farlopa hasta las cejas. Las muertes, a pesar de ser originales, no te lo hacen pasar mal, como ocurría en otras películas del personaje. Y todo por culpa de la New Line Cinema, que quiso rizar el rizo con esta última entrega, y de su directora, que había participado en el departamento de producción de las anteriores pesadillas.

Por otro lado, se puede prescindir perfectamente de las gafas, ya que sólo hay dos o tres momentos en el filme, donde diversos objetos salen de la pantalla, y tampoco es que maravillen, ni mucho menos. Y el final es lo peor de lo peor, pues a Freddy se le concede una entidad demoníaca, tras un pacto hecho en el Infierno, siendo protegido por tres espermatozoides de fuego (si veis la película, me entenderéis), que posibilitan que vuelva a la vida siempre. Por ello, la protagonista ha de adentrarse en los sueños de Freddy, armada con ¡unas gafas 3-d!, para acabar definitivamente con él y con la franquicia, que aquí llega a una degeneración extrema.

Sin duda, la peor película de Pesadilla en Elm Street, cuyas mejores bazas son su título y, como no, la interpretación de Robert Englund, siempre genial en su papel, aunque aquí parezca un Jim Carrey sin gracia. Pero como todos sabemos, fue seguida de más entregas y ahora esperamos el remake de la primera parte, que seguro superará a esta última pesadilla, inferior incluso a la nefasta segunda parte.