martes, 7 de diciembre de 2010

BEOWULF, LA LEYENDA (1999)


Una extraña y despiadada criatura se ha adentrado en las murallas de un Castillo. Aparece por las noches y acaba con la vida de todo ser viviente. Ni el Rey ni sus súbditos saben qué hacer para acabar con la bestia. Pero un día, un misterioso guerrero, armado de todo tipo de armas, llega al lugar con el firme propósito de acabar con el monstruo, con el cual tiene una conexión que va más allá de lo físico. El nombre del guerrero es Beowulf y descubrirá que la bestia ha llegado allí por un terrible motivo.

Vapuleada en su momento por crítica y público, Beowulf la leyenda parece tener unas pretensiones grandilocuentes de superproducción épica y de una originalidad sin precedentes, uniendo los mundos de la mitología clásica con Mortal Kombat (Mortal Kombat, Paul W.S. Anderson, 1995), pero se queda en una chapucera serie B con peleas de kárate y un presupuesto más bien ajustado, que en su mayor parte se destinaría a contratar un rostro reconocido como es el de Christopher Lambert, que estaba llamado a ser el nuevo Nicholas Cage de aquellos años. Y es que tras este infraproducto que se llegó a estrenar en salas comerciales, el Escocés no volvió a levantar cabeza, salvo en casos puntuales como el de Resurrección (Resurrection, Russell Mulcahy, 1999).

La cosa no pinta bien ni al comenzar los créditos, que imitan la famosa entrada de las películas de Mortal Kombat, con unas figuras entre llamas que conforman el título del filme. Pocos segundos después, Beowulf ya está repartiendo patadas de kung-fu a diestro y siniestro, y soltando frases lapidarias. Sale victorioso ante una horda de enemigos usando el armamento más sofisticado, que ya lo quisiera Batman para sí, y poco después llega al castillo del terror, que desde fuera parece una atracción de Port Aventura. Lo mejor de aquel siniestro lugar es Rhona Mitra, la bella hija del Rey, así como sus portentosos escotes, que dicen mucho del jefe de vestuario de la película.

También conocerá a más personajes, como el armero, el capitán de los soldados o el hijo del armero, pero casi ninguno tiene importancia. Lo verdaderamente relevante es el aspecto de la criatura a la que se enfrentará el protagonista a base de piruetas: un monstruo de traje de Carnaval que ondea, o algo así. En su primer enfrentamiento, le pega una buena paliza a Beowulf, pero luego las cosas cambian y el ser no pinta tan fiero. Y es que con semejante diseño, ni Lambert se podía tomar en serio el asunto. No obstante, se nota que es un actor respetable y a pesar de reírse un par de veces, pone cara de circunstancia y pelea como ninguno.

Los efectos especiales son de risa, así como el guión, que se pitorrea del poema en el cual se basa la historia. Lo peor no es que reformule el argumento original, lo peor es lo aburrido que resulta todo en general, incluídas las peleas, que acaban pareciendo torpes y sosas, todas iguales, rodadas sin ganas.

Como vengo diciendo, las interpretaciones no están mal, pero es que comparadas con todo lo demás, nadie puede reparar en ellas. Pero si ya te fijas en los diálogos y la relación de amor entre Lambert y Rhona Mitra, no puedes más que apartar la mirada de la pantalla.

El final prometía secuelas con más monstruos y aventuras, pero el público no es tonto y esta amenaza se quedó en agua de borrajas. Ni que decir tiene que el director y los guionistas poco más hicieron tras Beowulf. Actualmente, quien más fama tiene de todo el equipo es la señorita Mitra. Y que siga así por mucho tiempo.

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