viernes, 15 de enero de 2010

FRANKENSTEIN (1931)


Sin duda que quepa, uno de los grandes clásicos del terror mundial y Universal (¿pillais el chiste?), creador de un icono que ha llegado hasta nuestros días, generador de infinitas secuelas y copias, y que supuso el comienzo de las producciones de horror por parte de la Universal y otras productoras, que hacían pelis de este tipo como churros, siempre con los mismos personajes, pero con un encanto y unas historias que hoy no se ven.

Todos conocemos la historia de Frankenstein o el moderno Prometeo, creado por la escritora Mary Shelley, que no me suena que tenga otros libros conocidos (otro caso de fama que se vuelve en tu contra). Se trata del científico medio chiflado que crea a un ser con miembros de otros cuerpos, intentando explicar que puede haber vida más allá de la muerte, pero su obra se vuelve en su contra, pues no desea ser moldeada, sino que tiene su propia conciencia y quiere ser libre, incluso sentir el amor.

En esta primera adaptación al cine (antes se había hecho un corto bastante aburrido con el personaje), dirigida por el gran James Whale, el monstruo es encarnado por el ya mítico Boris Karloff (o Karlorrrrr, según los chicos de Muchachada Nui), que desarrolla un tremendo personaje, que aporta terror y ternura a partes iguales, ya que no sabe el alcance de sus actos, pues él no ha elegido ser así. Esto se observa en la escena en la que el ser se encuentra con la niña, que juega cerca de un río. El monstruo comienza a lanzar flores al agua y se divierte, viendo cómo flotan. Entonces, arroja a la pequeña niña al río, que se ahoga, pero él no es responsable, pues actúa como un crío, sin conocer las consecuencias. Nadie le ha explicado lo que es la vida, a pesar de su apariencia adulta. Él sólo pide ser libre, mientras se halla atormentado.

El personaje del científico que le crea, es incluso más interesante en este filme, pues se vuelve loco intentando que su creación cobre vida, pero se da cuenta del mal que ha hecho, una vez el pueblo quiere su muerte. La relación con su padre, su prometida y su mejor amigo, que intentan persuadirle de sus actos, es harto interesante. Pero claro, lo chulo comienza una vez que el monstruo se pone a matar, dirigiéndose al poblado, donde la gente le quiere muerto. Mítico y archiconocido es el final, con los habitantes yendo al castillo de Frankenstein (curiosamente, aquí al científico, en lugar de Victor, se le llama Henry), con las antorchas en alto para quemar al monstruo.

Esta película comienza con una presentación frente a un telón, como si nos encontráramos en un teatro, donde se nos aclara que lo que vamos a ver es auténtico. Como curiosidad, Karloff se tenía que someter a diario a muchas horas de maquillaje para su personaje, sobre todo para los tornillos, de lo que acabó bastante harto, aunque repitió en la piel de Frankenstein en más ocasiones. También dio vida a La Momia, de Karl Freund.

Todo un clásico de la época dorada de Hollywood, que nadie debería perderse. Ni los fans del terror ni los que aman el cine en general, pues es una peli que da miedo y con imágenes muy sugerentes, pero también de gran ternura y que invita a la reflexión.

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